Son varios los lugares en los que me he sentido en casa. Cuando era joven no eran suficientes los amigos y las raíces para hacérmelo sentir. Pero hay un lugar especial donde me encuentro como en mi casa, con el corazón y el alma. Ese lugar se llama Bona Ighinu. Es una campiña cerca de mi pueblo, formada por suaves colinas y rodeada de valles misteriosos, donde en épocas pasadas se ha desarrollado la civilización que lleva su nombre. Hay cavernas donde todavía se pueden ver los testimonios de los antiguos habitantes de ese valle. En la cima de una colina hay restos de un castillo medieval y, a los pies de otra, un santuario dedicado a Nuestra Señora.
Este es el lugar mítico de mi adolescencia. Allí durante los "novenales", centenares de peregrinos llegaban para curar su alma, un poco con las oraciones y mucho más con canciones, danzas y nuevos amores que nacían con la complicidad del ambiente bucólico de la campiña.
Los viejos contaban historias y leyendas de los tiempos pasados. Historias de valerosos hombres y mujeres, "de balentes", que robaban a los ricos para dárselo a los pobres… Allí está mi memoria, hecha no sólo de recuerdos, también de su atmósfera y energía antigua que siento en el alma y me da un sentimiento íntimo de pertenencia.
Ahora sentirme en casa no procede de lo que hago sino de lo que siento.
Es tener conciencia de estar en un lugar donde mis sentimientos profundos están acomodados.
Corrección. Antonio Machado Sanz