Una brisa ligera expande el en aire los olores del mar, del matorral mediterráneo y de las hierbas aromáticas que abundantemente crecen por doquier. Esos olores embriagadores parecen decirme "Estás en casa. Esta es tu patria". Soy inmensamente feliz.
Esta isla espléndida, llena de un encanto salvaje es la más hermosa, la más importante para mí. Los colores del mar parecen confundirse con los del cielo y la naturaleza dándole un aspecto único e inconfundible. Se respira un aire de misterio y leyenda. Las puestas de sol en el mar me hacen pensar en la grandeza de Dios.
En esta isla feliz se levanta mi pequeña ciudad, Macomer. Pienso que soy una afortunada al poder vivir en este pueblo de antiguos sabores, donde todo es auténtico, no sólo el mar, también las montañas, las colinas y los prados, y sobre todo las personas. Aquí es donde están mis amistades, mis afectos, mi familia, mi casa y mi jardín.
En este oasis de tranquilidad, mi marido y yo nos sentimos en contacto con la naturaleza junto a los campesinos y pastores. Cuidamos el prado, las plantas, las flores y atendemos a nuestros magníficos perros, Margot y Sissy, que nos guardan la casa en nuestras ausencias y se alegran de nuestra estancia, expresándonos su gran fidelidad cuando se agachan a nuestro lado a la sombra de las palmeras en los ardientes días del verano o delante del hogar encendido en las frías y largas tardes de invierno.