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Townstories

Stand:


Por las calles de la vieja ciudad

de Peppa Casu

Traducción: Consuelo Pastor


Recordar mi llegada a Macomer, me provoca una gran tristeza.
Tenía diez años y un gran dolor: mi madre acababa de morir y mi padre había decidido que no tenía sentido continuar viviendo en Pattada, el pueblo donde he nacido, ya que su trabajo se desarrollaba principalmente en Macomer, donde se habían concentrado las industrias queseras más importantes de Cerdeña. Mi padre era intermediario.

Antes de llegar a Macomer nos presentó a su madre, una persona desconocida para nosotros. Alta, con el gesto duro y un carácter aun más duro, siempre vestida de negro. Encontrarnos con alguien así, nosotros que estábamos tan afectados, fue un auténtico shock. Estábamos acostumbrados a tener cerca de nosotros a personas que nos querían y sobre todo, hasta ese momento habíamos gozado de una gran libertad para jugar, correr, tener amigos, ir al bosquecillo cercano a la casa del cura.

Con la llegada a Macomer todo esto se terminó y pronto nos dimos cuentas que estábamos prisioneros en nuestra casa. Claro que podíamos ir a la calle , pero no alejarnos. Íbamos deprisa a la escuela y teníamos que volver por la misma calle. Vivíamos en la calle Mazzini. A pocas distancia de nuestra casa el pueblo se acababa y se podía admirar un magnífico panorama.

En mi callejear algunas veces me perdía , pero milagrosamente encontraba la calle donde estaba mi casa. Otras veces me dirigía a la parte alta de la ciudad, donde las últimas casas parecían guardar el equilibrio sobre el precipicio. Desde arriba se divisaba la pared rocosa, al fondo el río Adde, y la carretera para Nuoro, tortuosa en el punto en el que descabalga??? el río.

Cuando tenía tiempo me sentaba y observaba los viejos coches y los pocos autobuses que transitaban y el trenecito que dos veces al día jadeaba en la subida.
Otras veces me atraían las callecitas de la ciudad vieja, con el empedrado , las casas bajas, algunas con ventanas y puertas adornadas con marcos de estilo gótico aragonés, esculpidos en la piedra por sabios artesanos.
En una de estas calles, calle Murenu, se encuentra la vieja cárcel, actualmente en desuso; los niños íbamos frecuentemente y gritábamos y aullábamos, pero cuando ocurría que "ellos" nos contestaban, salíamos corriendo como hurones asustados. Otras veces nos reuníamos en la Placita de S. Croce en aquel lugar, la ciudad y el campo se confundían y saltando el muro podíamos lanzarnos a la aventura por la cuesta, donde una placa recuerda el asesinato en 1854 del poeta ciego Melchiorre Murenu.
Una cuesta también empedrada conducía a la iglesia de San Pantaleo, la iglesia grande, como yo la llamaba. Me gustaba porque conocía, desde hacia tiempo, sus líneas sobrias y elegantes, el bello campanario. Mas adelante se encontraba la construcción severa del Ayuntamiento. Pero mis peregrinaciones terminaban siempre con palpitaciones y angustia porque no podía llegar tarde y siempre volvía corriendo a casa.