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Townstories

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Rio Manzanares

Carmen Blázquez


Hace un tiempo que paseo por la ribera del Manzanares. Una relación de amistad me ha hecho retomar unos encuentros con el río de mi ciudad. Las charlas, las confidencias, las historias al caer la tarde y en su cercanía hicieron cambiar mi forma de verlo y de sentirlo. Antes, le veía sucio y contaminado sin ningún atractivo, y por eso le ignoraba. Ahora mi corazón ha eliminado lo desagradable. Contemplo los patos, los cisnes, los pájaros que vuelan y bajan al río a tomar agua, los arboles que flanquean los paseos, la gente pescando y todo ello me ofrece otra visión del río mucho más bucólica. Los muros de la canalización me recuerdan los fosos de los castillos en la Edad Media. A menudo, caminando, recuerdo las veces que le he acompañado en sus primeros pasos, en el centro de la sierra de Guadarrama a los pies de la Bola del Mundo y arropado por La Maliciosa; su recorrido, entre piedras, jaras y matorrales, en los límites altos de ‘La Pedriza’ es rápido, sus aguas cristalinas se pierden entre la maleza, haciendo vueltas y revueltas, tomándose unos descansos en el camino para formar pozas y entre ellas las llamadas ‘baños de Venus’, pozas pequeñas, donde en las noches calurosas y a la luz de la luna es muy agradable tomar un baño. Cierro los ojos, respiro hondo y percibo el murmullo de sus aguas al correr junto al olor fuerte pero agradable de la jara en verano.
Este río, a su paso por lo que hoy es Madrid, debió de llamar la atención al hombre desde tiempos remotos, pues se conocen unos asentamientos paleolíticos en las terrazas que existían a la altura de Pinto, localidad al sur de la ciudad, y desde entonces los diferentes pueblos que pasaron por la península, como celtas, visigodos, árabes y algunos más habitaron en sus cercanías; el origen de la actual ciudad de Madrid, proviene de la fue una ciudad árabe ubicada en el margen izquierdo del río.
La cantidad de puentes que le cruzan, como el del Rey, el de Segovia, el de S. Isidro y el de Toledo nos dan idea de cómo formaba parte activa de la vida en la ciudad, en épocas todavía no muy lejanas. Goya me da la pauta, y mi imaginación vuela para contemplar escenas de la villa de Madrid en sus arribes, donde las mujeres con sus ropajes bajaban a lavar al río, y los hombres llevaban a beber a su ganado, los caballos cruzándole de orilla a orilla, las fiestas al aire libre, los baños, la gente atravesándole por el puente de Toledo con sus atuendos de gala… escenas casi borradas de la realidad cotidiana. Otras vidas, otras épocas en la que el río era fundamental para su forma de existencia. Pero no nos olvidemos: el Manzanares ha vivido todas, hasta de las que no conocemos su existencia; ha sido testigo mudo de todos nuestros lejanos ancestros, que seguramente le cuidarían y respetarían mucho más que nosotros. Si pudiera hablar, yo le preguntaría si preferiría vivir en compañía del hombre o en su cristalina soledad. Casi me imagino cual sería su respuesta.
Además de ser uno de los principales abastecedores de agua a Madrid, a través del embalse de Santillana, ha sido y será un punto de referencia importante para la ciudad, y la historia de Madrid siempre irá unida a la de su río, el Manzanares.