Situado en la esquina de las calles Hermosilla con Gral. Díaz Porlier, este mercado encierra parte de mi adolescencia junto a mi amiga Loli. Cogidas del brazo íbamos al salir de clase para realizar la compra diaria, era época de fresqueras.
A la puerta la vendedora de berros voceaba su mercancía, adentrándonos por el callejón nos envolvía el ácido aroma de los variantes y encurtidos, al fondo la frutería con sus múltiples colores: verdes, amarillos, rojos, naranjas..., iluminaban nuestra vista, las risas incontinentes se nos disparaban cuando escuchábamos al frutero ofrecer lechugas frescas de oreja de mula, melones deVillaconejos o coliflores de Griñon.
Atrás dejábamos al charcutero, oculto tras una cortina de jamones, chorizos y lomos; de nuevo nuestras risas brotaban al llegar ante el pescadero cuando nos llamaba sus sardinitas o con la cara de falso espanto que poníamos ante el diestro manejo de los cochillos del carnicero.
Luego discurrían las máquinas de extraer el verde y transparente aceite de oliva de no se sabe que profundidades misteriosas, el inmaculado delantal de la vendedora de requesones y el olor acre del estañador.
Aquel año, a partir de Febrero, comenzamos a practicar el arte de la sisa, en Julio The Beatles venían a Madrid.
En la actualidad ha pasado a llamarse Centro Comercial, donde hubiera hierro y madera hoy es aluminio y cristal, perduran algunos de los puestos de antaño, que en ordenado silencio exponen su mercancía y una fuente de risas difuminadas en el tiempo.