Townstories

No recuerdo el nombre de la plaza de mi infancia,
cambiado en tres ocasiones al himno de los vientos políticos. Mi pequeñez la recuerda grande, pero hoy ya no lo es tanto. Estaba llena de frondosos árboles que rebatían la canícula del verano con su amable sombra. En el centro y encaramada en un pedestal solitario, la estatua de un señor muy serio, con la mano en el pecho como restañando un dolor intangible. La mirada perdida, petrificada por el bronce, parecía otear el horizonte de futuros mejores. Esa estatua siempre me producía un sentir melancólico . Me daba pena, presentía que aquel buen hombre nunca había visto sus sueños cumplidos.
Pero mi abuela vivía en la plaza de mi infancia, tal vez por eso no recuerdo su fluctuante nombre, ni el
Del personaje objeto de mis tempranas melancolías, que me contemplaba inerte desde su cárcel de bronce. Tampoco quiero recordar que se han talado todos los árboles , que han derribado la estatua y la casa de mi abuela se ha convertido en un Banco, porque para mi ese reducto de la ciudad, siempre será la Plaza del Amor de mi Memoria.