Sería mejór, quizás, aclarar previamente que no me siento más en mi casa en la ciudad donde he nacido, crecido, me soy graduada y he empezado a trabajar, la ciudad en la cual también mis padres habían nacido y vivido, y donde mis abuelos han pasado la mayor parte de su vida. Una ciudad especial, importante, encantadora, pero una ciudad que no es más la mía, es decir New York City.
Cuando las personas me piden, sintiendo mi acento extranjero cuando hablo italiano, si son inglesa o americana, contesto, sin embargo, que soy "neoyorkina". La gente me pregunta a menudo si tengo nostalgia de NYC, e yo le digo que sí, pero a menudo se le explico que la Nueva York de que yo carezco (que me falta?) es mi Nueva York, y que aquella ciudad no existe más.
Yo me siento en mi casa en Roma, donde vivo desde cuando tenía 39 años. Me encuentro bien aquí, y Roma me falta (me carece??- tengo nostalgia de Roma??) cuando estoy lejos. Jamás me canso de sus bellezas artísticas, de los testimonios de su historia antigua, de su hermoso cielo. No sé si hay otra metrópoli con un clima mejor. Con la mayoría de sus habitantes se puede vivir bien y la características negativas de todas las grandes ciudades no son peores aquí que a otra parte. Ya tengo una memoria histórica de esta ciudad y de sus muchos cambios en el curso de estos años.
No puedo decir con precisión cuando Roma llegó a ser mi casa, claro que tuve tiempo. Llegué, poco después empezé a trabajar, me gustó el trabajo y se convirtió en professión. En mi caso enseñar el idioma inglés a italianos adultos, motivados y listos, ha sido muy satisfactorio. Mientras tento se crearon amistades, verdaderas e importantes. Conocí mucho más la ciudad y la parte donde me gustaba vivir y en poco tiempo supe todo de mi barrio. Cuando iba de vacación a mi país de origen, me sentía visitante y turista.
Después de alrededor 8 o 9 años en Roma, tuve que regresar pronto a los Estados Unidos (donde todavía tenía mis padres) por una grave enfermedad.
He tenido suerte, las cosas han ido bien, y después de un par de meses de convalecencia pude volver en Roma. Recuerdo muy bien que, al llegar el avión en Fiumicino, mientras que iba lentamente a parquear, sin darme cuenta, de mis ojos me se saltaron lágrimas que caían sobre mi ropa.
Había volvido a mi casa.