Exactamente aquí, en Roma. A la vuelta de viajes a veces maravillosos y exóticos o de prestigiosas capitales europeas, lo que hago antes de todo sin darme cuenta al bajar de l'avión es oler el aire para buscar esa brisa fina que viene del mar y que tiene un sabor sensual de apagamiento. Eso es lo que más me da el sentido de estar a casa, y, puede parecer extraño, pero es así, también el oír la primera palabrota, en dialecto romanesco, dura pero siempre apropriada a la necesidad, me da la bienvenida.
Saliendo de paseo para las calles de Roma, a través de los callejones, juntos al río, descubro siempre algo nuevo: un patio, un escorzo. Sin embargo la mayor parte de mi vida la pasé aquí, en esta ciudad donde nací. Es una ciudad que nunca se desvela interamente a un ojo distraído y tien más que una llave de lectura. Hay la Roma barroca y papal con sus mil iglesias, hay la Roma umbertina, es decir la de la unidad de Italia, que se desarrolló con una planificación urbana que dejó el Vaticano aislado, ante de la costrucción de Via della Conciliazione, como si lo que dejaba del derrotato Estado de la Iglesia fuera algo extraño a la ciudad a ser separado e olvidado.
Como testigo de esta intención hay la directriz que de Piazza del Popolo llega a Via Cola di Rienzo, una importante avenida comercial, que desemboca en Piazza Risorgimento, junto a las Murallas Vaticanas y a Plaza San Pedro, pero no en la misma plaza!
La Roma que más me encanta la más antigua, la Roma Antigua. Caminar através del Foro me hace sentir en casa como si viviera en la continuación de un tiempo pasado pero tan vecino que parece ayer. Se cae en tentación de sentarse en los peldaños de la Basilica Julia donde está grababo un juego similar a lo de la dama e imaginar a los Clientes que engañan el tiempo allá esperando a su Protector (Patrono) para ofrecer sus generosos apláusos a sus victorias políticas. Se puede además subir al Palatino, de l'Arco di Tito a lo largo de Via San Bonaventura, sin ser trastornados por el tráfico. La calle lleva a dos Santuarios desde los cuales se puede admirar una vista estupenda y insolita del Coliseo y del Templo de Venus y Roma.
La avenida de los Foros Imperiales con su perspectiva de los Mercados de Trajano y de la Suburra en los domingos de sol, cuando está cerrada al tráfico vehicular, ofrece espectáculos de clowns, músicos y mimos para alegrar a los grandes y a los pequeños. Me siento en mi casa entre las mamás y los papás que se adventuran con los niños en sus bicicletas a lo largo de la que siempre fué la avenida de las revistas de tropas.
Más allá Plaza Venecia con el monumento a Vittorio Emanuele II y al Mílite Ignoto (¿) que, aunque sea llamado La torta o la Maquina de escribir en los momentos cruciales y trágicos reune a la gente a sus piés en un abrazo coral.
Un poco adelante, la que ahora se llama Via del Corso, y en pasado Via Lata (es decir "ancha") con el paseo de los jóvenes de los alrededores que salen del Metro el sabado para ir de compras. Su vocear y sus risas contrapuntéan el paseo. Todos los cafés estan llenos y la escalera de Plaza de España se convierte en un salón multilinguistico, mientras que por arriba Trinità dei Monti mira benevolmente a los extranjeros y a los romanos.
Pero es el clima de esta ciudad que me encanta, nunca demasiado frío, nunca demasiado caliente, es el mérito de la brisa que llega del mar, llamada "Er Ponentino": me hace olvidar las dificultades de la vida y gozar por contro de los colores del sol que se pone sobre un edificio antiguo, reír de un chiste político feroz, e ironizar sobre mis proprias debilidades y errores. No sé si yo podría vivir lejo de aquí, también si me doy cuenta que esta declaración, hoyendía, en un mundo globalizado, puede parecer el máximo del provincialismo.