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EL Tiber en un lejano y reciente pasado

De Luigi Prinzi

No es la primera vez que el destino de una ciudad esta relacionado con la formación y vicisitudes de un río, ya sea por obra de la naturaleza o del hombre en cuanto a la utilización de los recursos naturales y ambientales.
Esto es totalmente cierto para el binomio Roma y Tiber, el “Flavus Tiber” de los latinos, que tiene sus raíces en el mito que recoge las vicisitudes de Eneas, reconocido iniciador de la estirpe de un pueblo, en el relato de Virgilio, por el mismo dios del Tiber que se aparece al héroe troyano “cinto di un lino e d’un velo verde e di fronde ombrose coperto il crine”(Eneida, Libro VIII,vv.25-65)
Por otra parte el estudio de los vestigios del pasado evidencia los diferentes factores geográficos y ambientales, entre los que la existencia de vados en el río, podían estar controlados por las predestinadas colinas, entre ellas el Palatino, que determinaron la elección de la orilla izquierda como lugar estratégico para la fundación de la ciudad.
El régimen hidráulico del río ha sido particularmente torrencial e irregular, ocasionando frecuentes destrucciones a lo largo de los siglos, a pesar de las repetidas acciones que desde el tiempo de los reyes de Roma se han llevado a cabo a fin de regularizar el curso del río.
Las marcas todavía reconocibles en algunos edificios de la ciudad recuerdan las inundaciones del pasado, a veces el dibujo de una mano indica el nivel alcanzado por las aguas en su destrucción, entre palabras grabadas de emocionada fe a la Virgen Maria salvadora.
Durante siglos el río ha participado en la vida civil y militar de sus habitantes, que han utilizado las cuencas y las de los afluentes (ej.Aniene) para alimentar los acueductos (11 con ramificaciones desde el tiempo de la Roma imperial) y a veces directamente sus aguas han servido para calmar la sed o para el regadío.

Frecuentemente sus puentes han sido teatro de violentas batallas decisivas para el futuro de un pueblo o del régimen que lo gobernaba.
Hay que remontarse al asedio de los Godos (537 d.C.) que destruyeron los acueductos para la edificación de molinos de agua flotantes, construidos por una pareja de barcazas con una rueda motriz en medio, que acogían las muelas, ancladas en la rivera del Tiber.
La navegación del río durante todo su desarrollo hasta finales de 1500 ha hecho posible el intercambio de mercancías entre los pueblos.
En el habitat natural del rio a lo largo de las riberas crecían una rica y variada vegetación, formada por cañas, juncos y árboles: alisos, álamos, sauces; la fauna acuática favorecía la pesca,y estimulaba el florecimiento de diversos oficios en las márgenes del río tales como la elaboración de la cuerda, embarcaciones, la fabricación de cerámica, de contenedores para la pesca, estos últimos los realizaban los maestros cesteros que sacaban el material de los sauces.
La tasa de contaminación, baja hasta hace una decena de años, ha permitido siempre el zambullirse y nadar en el Tiber lo que ha sido una práctica deportiva frecuente, a la que se ha añadido el remo dando lugar a la construcción de talleres a lo largo del río a partir de la primera decena de 1900.
Por aquellos tiempos la relación directa con las aguas del río asumió aspectos folclóricos, y que con la distancia de los años han pasado a ser legendarios.
Quizá cualquier romano recuerda todavía un episodio recurrente, durante años, en la crónica de Roma, y cuyo protagonista, un señor belga llamado Mister OK, conocido como Rick De Sonay, con un físico aparentemente poco atlético, repetía el primer día del año a las 12 en punto, incluso siendo mayor, volaba desde el Puente del Resurgimiento y aterrizaba después de algunas vueltas en las aguas frías del Tiber.
El público reunido anticipadamente en el puente en espera del acontecimiento se levantaba, cuando finalizaba, con aplausos calurosos, propios de quienes admiraban al héroe que con gran coraje cumplía una hazaña, y cuando emergía en la orilla, inmediatamente recibía ayuda, y entonces la vida de los allí presentes retomaba su curso.
El gesto atlético se entendía como una manera “sui generis” .de festejar el nuevo año, pero me gusta pensar que la finalidad que lo propiciaba estaba inspirada en la base de los ritos ofrecidos, en nombre de las religiónes, a la divinidad que en la antigua Roma representaba el mítico río, desde el cual, por cierto, Mister OK, según algunos versos parecía una encarnación moderna.
Surgían en estos tiempos figuras singulares que representaban una particular humanidad, entre los que cabe destacar: a los “capannari” o sea los propietarios de cabañas sobre el río, utilizadas por los bañistas; a los “barcaroli” que transportaban en barca o con el trasbordador personas y mercancías, con conexión por vía marítima desde Ostia a Fiumicino y más allá de Roma; y a los “fiumaroli” personas que vivían en el río, y que se mantenían con trabajos diversos.
Estos últimos habitualmente pescaban, remaban y se zambullían dando testimonio de la perfecta confianza con las aguas.
Ellos habitaban, sobre grandes barcas de su propiedad o en algún barco de algunas de las sociedades deportivas, casi olvidados y poco considerados por la existencia de otra vida que se extendía convulsivamente por encima de los puentes.
No es difícil imaginar que en el pasado, entre las sombras de los seres solitarios que vivían en el río, tocando acordes de guitarra, uno de estos personajes cantase temas de la tradición canora romana, entre los que no podía faltar “Er barcarolo romano” compuesto en el 1926 por Romoldo Balzani el mas representativo autor e interprete de la “canzone romanesca” y que el eco de sus profundas notas recorriesen los confines del río, desoídas, a su vez por los diques demasiado altos y considerados “murallones piamonteses”.
Estos dos muros bordeando las orillas, fueron construidos por el gobierno italiano en el periodo de 1877-1926, con una altura capaz de superar el nivel de la crecida de 1870 (17,22 m. del hidrómetro de Ripetta),la mayor de los dos últimos siglos.
El río “encadenado” en su curso por las susodichas construcciones macizas, que tanto sacrificios han supuesto debido a exigencias paisajísticas y arquitectónicas, ha terminado por presentarnos un aspecto más doméstico: perezoso y somnoliento y aunque en el siglo pasado, las precipitaciones de otoño alguna vez han alarmado, sin embargo los niveles de crecida no han ocasionado inundaciones en la ciudad...
Desde la posguerra hasta finales de los años ’70, el Tiber, lugar de actividad placentera y pasatiempos cotidianos, ha visto los característicos “barconi” flotar sobre las olas, verdaderos balnearios destinados a actividades recreativas, entre las que destaca el remo y “House boat” pionera, entre estas, la del legendario “Er Ciriola” amarrada al Puente Elio debajo del Castillo de Sant’Angelo.
Su propietario, Luigi, se le apodaba por su obstinación en la pesca de la anguila del río, “ciriole”, que en dialecto romano significa anguila.
El, que antes había sido “Capannero” gestionando una casa de baños, formada por casetas de carrizos, que se instalaban en las orillas del río al comienzo de la estación estival, mas tarde compró un remolcador a palas que iba y venía por el Tiber arrastrando gabarras cargadas de arena, pero ahora está desarmado, readaptándolo, de forma innovadora, en un establecimiento fluvial.

Trad. Consuelo Pastor