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Townstories

Stand:


CAMARONES DE RIO

de Maria Teresa Norero

¿Un acompañamiento musical para nuestro viaje por el río?

http://www.romaspqr.it/mp3/Lando%20Fiorini%20-%20Barcarolo%20romano.mp3

“Yo no soy un "fiumarolo”, y al Tiber no iba sino entorno a los doce o catorce años para hacer canotaje,” protesta mi marido, que quiere destacarse de quienes se dedicaban a tomar el sol junto al río.
Al Norte, del Ponte Cavour hasta el Flaminio, había (y todavía está) la zona preferida de los aficionados al río, con barcazas flotantes hasta Ponte Milvio, llamado Ponte Mollo porqué de vez en cuando se mueve…

La barcaza del OMI, círculo del momento libre de una industria mecánica, estaba anclada en Lungotevere degli Ammiragli, vecino al Ministerio de la Marina, imponente palacio barroco con grandes anclas apoyadas a la base de mármol. Allí estaba la rama juvenil de la escuela de canotaje.
Sergio se ejercitaba sobre la barcaza con un remo agujereado y luego salía con los bogadores: cuatro muchachos más el timonel. Nada de baños en el río, porque estaba sucio. Faltaban los purificadores: el Tiber era limpio solo antes de Roma, cerca de Settebagni.
Hoy en el río, entre grandes ratas y nutrias, nadan nuevamente los peces. Pero en los años Sesenta, el afluente Aniene llegaba al Tiber como una cloaca a cielo abierto.

En Settebagni Sergio, de dieciséis años, pescaba camarones.
Introducía primero un trozo de red en un fierro doblado en círculo, de un diámetro de 60-70 cm. Amarraba a la red (contenedor de trozos de corazón, bozo o pulmon de bovino) un bramante. Y lanzaba. Pero botar desperdicios en el agua era prohibido y debía usar trozos de bacalao.
Después se escondía en la zanja un momento para que los camarones quedasen enredados en la red. Guardaba la pesca en una bella “cofana” (recipiente) para hacerla cocinar en alguna hostería del lugar, con fideos al ajo, aceite, pimentón, rallados de queso de oveja y acompañados con vino blanco.
Camarones de río al sartén, una bendición! Tenían una cabezota sabrosa… pecado que, con la contaminación, desaparecieron.

Las anguilas las pescaba bajo el Ponte Palatino con la “mazzacchera”: primero escarbando y buscando lombrices de tierra, después cosiéndolas después de haberlas ensartado de la boca al ano hasta formar muchos collares, unidos en un único racimo de lombrices. El extremo del racimo lo amarraba a una lienza y ésta a una larga caña. Y lo lanzaba.
La caña se colocaba equilibrándola sobre una horquilla. Bajaba cuando la anguila, que no muerde la carnada pero la chupa poco a poco, estaba bien llena.
Sin apuro: Sergio esperaba un poco que l’anguila tragara, y con hábil y lento movimiento recogía hasta que el pez salía del agua. Luego con golpe diestro lo tiraba detrás al gran paraguas invertido. Pero si se equivocaba, perdía el anguila.
Luego la metía en el balde y la llevaba a casa, donde su madre la tiraba en el excusado, porque le daba asco y no quería cocinarla. El animalejo recuperaba, vivo, su lugar en el río.
Pero Sergio comprendía la razón y gustaba la anguila a casa de los amigos.