Siempre me ha impresionado constatar cómo una ciudad atravesada por un río sea caracterizada por éste.
Roma, Florencia y también París, Londres y muchas otras ciudades más o menos grandes no serían las mismas sin sus ríos, que desde siempre inspiran a pintores, músicos y poetas.
Esto parece particularmente cierto acerca del Tíber, que atraviesa Roma lento y sinuoso, entre dos riberas adornadas por árboles, reflejando las imágenes de los espléndidos escorzos de sus orillas como Castel S. Angelo, la Isla Tiberina etc...
Parece que el río fluye lento para no separarse demasiado pronto de su criatura. Sí, criatura; porque el Tíber fue fundamental para la formación de la primera aglomeración de gente latina que, viniendo de las colinas Albani, se estableció en el monte palatino. Cerca de allí, de hecho, se concentraban los que querían cruzar con mercancia y animales, aprovechando uno de los puntos más favorables para dicho propósito. Así tuvo origen Roma.
A lo largo de los siglos el Tíber representó un importante medio de comunicación y facilitó la conquista de los pueblos del norte por parte de Roma. Luego, paulatinamente, la importancia económica y mercantil del río comenzó a disminuir, hasta desaparecer completamente durante el siglo pasado. Hoy el Tíber representa una de las tantas bellezas naturales de Roma.
Mis relaciones personales con el río de Roma son, ay de mí, muy someras. Llegué a esta ciudad siendo ya adulto y, además, en un periodo en que se cuidaba poco el río. En ese entonces, en los años 70, estaba muy contaminado por la ausencia o ineficiencia de depuradores.
Recuerdo haber considerado locos a los que, según la tradición, en nochevieja se echaban a las aguas del Tíber desde el parapeto de un puente; no tanto por el peligro de traumas, como por el riesgo de contraer infecciones por la contaminación.
Aunque no haya tenido una relación directa con el Tíber , siempre ma ha atraído. Con gusto he recibido la noticia de que barcos turísticos este año han empezado a navegar el río, cuyas aguas por fin están bastante limpias. Esto servirá para llamar la atención de la gente sobre este importante componente de la ciudad.
A menudo me he encontrado hablando con amigos míos romanos coetáneos que cuando jóvenes pasaban días muy agradables en sus riberas. En aquel tiempo la contaminación no era un problema y nadar, remar y pescar en el río y jugar a sus orillas era algo muy placentero. Estos relatos han traído a mi memoria acontecimientos y situaciones similares que viví cuando joven a orillas del Serchio, el río de Lucca, mi ciudad.
Esta experiencia en común me ha servido para acercarme a mis amigos y para hacerme apreciar aún más los ríos, que representan el carácter de la ciudad que cruzan.