_
 
[ EuCoNet ]   [ ZAWiW ]   [ SoLiLL ]   [ LiLL ]    [ Gemeinsamlernen ]I
_ _ _
  Dreieck nach obenTownStories  
_ _ _
  Dreieck nach oben--- Textos --- Logo ZAWiW
_ _
  _Roma
_ _ _
_
_ < página 10 de 10
_
_ up - home
_ _
_ _
_ _
_ _ Sensación de bienestar
_ _
_ _ Mi Ciudad
_ _
_ Ríos
_ _
_ _ Barrio
_ _
_ _ Encuentros
_ _
_ _ Plazas
_ _
_ _ Historia
_ _
_ _ Fiestas
_ _
_ _ Mujeres
_ _
_ _ Textos de otros
_ _
_ _ Curiosidades
_ _
_ _
_ _ _ _ _ _

Townstories

Stand:


Roma y mi Tíber

De Carla Costanzi
Traducciòn del curso de español V con sede en la escuela Lucrezio Caro

Pensar en Roma sin el Tìber y en el Tìber sin Roma nunca será posible.
Son dos cosas ligadas por un amor eterno que hace de la una el complemento de la otra. El Tíber es el abrazo que estrecha en una línea flexuosa el cuerpo de esta ciudad carnosa y barroca, que se le ofrece desde la eternidad en toda su opulencia y ella, Roma, ama donarle la multiforme imagen reflejada en su espejo líquido. La doble escuadra de árboles que lo costean costibuye a componer un muy agradable cuadro de conjunto costituido por muchos singulares elementos del paisaje, que el río une en una visión arminiosa y sugestiva.
También mi vida se ha deslizado, idealmente, sobre el Tíber, que ha sido testigo y cómplice de trozos de mi historia. Podría releer dentro de esta cinta de agua, mis edades, desde la infancia hasta hoy.

Infancia y adolecencia
Vivo hasta los catorce años en Testaccio, un barrio de antiguas orígenes habitado pero sobre todo vivido por el "pueblo" romano: el de los descendientes más incontaminados. Los barcos romanos de época imperial remontan el río desde el puerto de Ostia hasta el puerto de Ripa Grande para descargar mármoles de valor que provienen de Egipto y de Asia Menor para embellecer suntuosas residencias. Con mi abuela Maria por la tarde damos un paseo alrededor de un pequeño monte que es llamado "monte dei cocci". El "coccio", en latín "testum", es un ánfora de terracota; millones de trozos rotos a lo largo de los siglos, formaron un basural cubierto por adoquínes y zarzas estratificados en forma de monte cuyos espesores aún se pueden ver desde el interior de los locales, restaurantes, y clubes de jazz nacidos alrededor en los ochentas. El paseo grande del Lungotevere, definido por los parapetos del río, es el lugar donde en los veranos, cuando era niña, jugaba con las compañeras del edificio a rayuela, a "ruba bandiera", o bien, a "palla prigioniera". Vuelvo a verme llevando un pequeño flequillo de pelo castaño claro sobre la frente y vuelvo a escuchar la voz de una niña que se expresa en italiano correcto porque le ha sido prohibido hablar con cadencia romana.

Mi madre me hizo despreciar aquel barrio porque demasiado popular, y yo no entiendo el porqué, pero el desquite llegó felizmente muchos años después, cuando el destino me devolvió a vivir cerca de las orillas del mágico río.

Juventud
Voy a vivir a Monteverde Vecchio, dejo Testaccio y por consiguiente el Tíber, pero este río sigue siendo una mágica atracción, casi un canto de las sirenas en el periodo más doloroso de mi vida: mi separación. Me he perdido en espesas nieblas mentales; no como, trago; no me visto, me cubro; no pienso, las ideas que me llenan la cabeza. Mi hija Valeria tiene una muñeca que ama más que a las otras: Lilla. Por la tarde la cojo, salgo de casa y estrechándola entre los brazos, paseo por las orillas del Tíber. Calculo cuánto pueda ser lento morir si me tiro a su corriente. Le hablo a Lilla como si fuera Valeria y la imagino crecer sin mí, mimada cariñosamente por el afecto del padre y de su compañera y, quizás, con apenas el recuerdo desenfocado de mi imagen ahora destruída.
El Tíber charla conmigo, como cada vez que alguien, desesperado por amor recurre a él para abandonar la obsesión que lo arrolla y para buscar la libertad.

También yo desesperadamente estoy intentando librarme de un amor enfermo y agotado, pero por suerte un amor más grande no quiere dejarme: el de Valeria. La escucho hablar a través del rumor mi río, aquella tarde de junio. Miro la carita de Lilla y me parece que dice "juntas podemos lograrlo, estoy segura". Y lo logramos.

Edad adulta
Desde hace casi casi tres años estoy buscando un piso para Valeria y yo, y por fin una amiga me ofrece la esperada solución: un piso en Testaccio cerca del Lungotevere, en una cuarta planta. Me da un vuelco el corazón; me asomo desde el pequeño balcón y Roma se entrega como una amante seductora y pasional.
Desde el nuevo piso miro el Tíber durante todas las horas del primer día: me parece majestuosamente igual en su eternidad y familiarmente cercano en la sugestión que prodiga.
Los pensamientos vuelven a los años de la infancia, a los sollozos de desesperación, a la victoria sobre la vida renacida. Valeria tiene apenas cinco años, está feliz en su habitación sobre el Tíber. Antes de acostarla invento para ella fábulas que tratan de barcos romanos que llegan desde el lejano Oriente, o sobre pájaros que graznan tras las ventanas dibujando encajes en el cielo. Ambas somos felices; sentimos que esta casa a orillas del Tíber, con enfrente la puesta del sol sobre Monteverde que te arrebata los ojos cuando el rojo del cielo parece tan irreal que se sale del tiempo, nos inunda de energía.
La posesión de esta ciudad abrazada por el río, que desde aquí arriba dominamos en lugares y en personas, logra donarnos una emoción violenta que nos revela que está aquí el sentido de nuestra vida y de nuestra positividad.