Roma capital, sede del papado, ha influido mucho en las costumbres de la mujer. Ésta ha sido siempre el centro de la familia. En los grabados de Pinnelli, la vemos hasta con el niño en brazos, sentada en la taberna con un vaso en la mano, junto a los hombres armados de cuchillos. Si bien la mujer romana estaba acostumbrada a las conversaciones vulgares (y es obvio pensar que las mantenía ella misma), en la cama debía ser pura como una Madona. La virginidad, hasta ayer mismo, era considerada un valor absoluto.
La mujer no tenía posibilidades de trabajar fuera de casa; el matrimonio representaba su realización y su manutención. En un país donde no existía el divorcio (la ley del divorcio ha entrado en vigor en los años 70), ser abandonada o abandonar el techo conyugal representaba, no sólo un desastre económico sino también el peor pecado.
Tras la segunda guerra mundial, la mujer ha comenzado a trabajar fuera de casa, y me parece que hoy las mujeres jóvenes no desean como antes el matrimonio; el cual, por otra parte, cuando se celebra, dura poco e incide frecuentemente en la convivencia y las relaciones. Los hombres, por su parte, se revelan más incapaces que las mujeres a la hora de soportar el abandono sin traumas. Las crónicas que se leen en los periódicos dan testimonio de esta incapacidad. Me pregunto si los roles se han invertido y si el que venía llamándose sexo fuerte es, o siempre ha sido, débil.
Anna María Mussoni