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Roma Monte del Gallo

por Anna María Mussoni
Traducción: Blanca Núñez


Mi Barrio

La zona donde vivo se encuentra en la orilla derecha del Tíber, sobre una colina, donde todas las calles se llaman Monte del Gallo. Digamos por tanto que sólo la denominación: cuesta, pasaje, calleja, salida, etc. las distingue por tamaño e importancia. Por una parte, la colina se encuentra frente al Gianicolo, por la otra se divisa la Cúpula de San Pedro que parece acompañarnos a todos los puntos donde se dirige la mirada. Es una zona que, si bien está a diez minutos de la Basílica de San Pedro, se encuentra apartada y tiene poco que ver con el ruido del tráfico de la ciudad y la confusión de los negocios del centro. La zona formaba parte de las vastas propiedades de Agripina, la madre de Nerón, dueña hasta del Vaticano, a más de las casas y villas sobre el Gianicolo; la última de las cuales ha sido descubierta tras las obras de un aparcamiento destinado a los peregrinos del Año Santo. A propósito de este descubrimiento, hubo tentativas de ocultar el hallazgo de bellísimos mosaicos, lo que provocó las protestas de la comunidad. Naturalmente, los periódicos se hicieron eco del asunto con grandes titulares; críticos con el proyecto de un aparcamiento en una zona conocida por hallarse repleta de restos arqueológicos. Pero una vez llegada a su punto culminante, y como suele suceder en este país, toda la diatriba acabó en un silencio total.

Por seguir hablando de las villas de Agripina, mi jardín colinda con el parque de la villa Abamelek, ahora Embajada de Rusia. Se dice que esta villa pertenecía a Nerón. Adquirida por el cardenal Ferroni en 1748, tuvo sucesivos propietarios, desde los Torlonia a los Doria (la llamada nobleza negra por ser títulos pontificios), hasta el príncipe Abamelek Lasaref que la mandó restaurar por el arquitecto Vincenzo Moraldi.

Parece ser que el nombre de la colina Monte del Gallo es despectivo pues designa como Gallo a un francés, el condestable de Borbón, jefe de los Lanzichenechi, que acuartelaba sus tropas en esta colina durante el famoso saqueo de Roma en 1527. A propósito de este Borbón, también existe una leyenda de Benvenuto Cellini (artista ecléctico, orfebre, grabador, escultor, pintor), quien aseguró en su autobiografía haberlo matado de un cañonazo disparado desde el Castel S. Angelo.

La zona siempre se conservó como una verde colina salpicada de huertos, posadas y tabernas campestres hasta 1938; fecha en la que el nuevo plan regulador impuso la expropiación y construcción de pequeñas villas. Hoy en día, si bien se ha construido algún que otro palacio, a pesar del plan regulador, el resto son villas de un máximo de tres plantas. Muchas tienen jardín, y por lo tanto algo de verde ha quedado. Me cuenta una anciana señora que, hasta la segunda guerra mundial y al pie de la colina, cerca de una fuente que todavía existe, había un puesto de control arancelario para tasar las hortalizas. Hoy existen cuatro o cinco albergues de peregrinos, gestionados por entidades religiosas y, en el silencio de las primeras horas de la mañana, se pueden oír las voces de los grupos de extranjeros (generalmente alemanes), subiendo la colina. Los romanos siempre han llamado bárbaro a todo el que no sea romano, y algún viejo habitante suele refunfuñar jocosamente lo que para cualquier antepasado suyo era sin duda un grito de alarma: <¡Cuidado, que vienen los bárbaros!>